Otros viajeros

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Entre las fronteras de Bolivia y Brasil

Mario Daniel Villagra
Un recorrido entre las fronteras de ambos países latinoamericanos
Bolivia/Brasil
Fotos de: Mario Daniel Villagra
I Era el fin del día del 23 de febrero y después de la medianoche ya tendría treinta. Imaginaba, estando en Bolivia, festejar mi cumpleaños en Brasil. Comí pensando en eso, antes de subir al colectivo que me llevaría desde Santa Cruz hasta Puerto Quijarro. Una vez allí, la sensación de frontera se nombraba: “Cambio. Cambio Reales. Change”, decían algunas personas que salían a recibirnos.  Yo, por seguir la manada, me puse en una cola dispuesto a cambiar plata. El oro del sol a las seis salía por el horizonte y nos hacia rico a todos. Hasta que me entero de que tenía que ir hasta Puerto Suarez, donde estaba el verdadero control fronterizo, y ya sin plata boliviana. Allí se completaría la ruta para cambiar de país, y también de un año a otro, pero la ruta nunca es el viaje. Fue en el taxi que compartimos con unos desconocidos, y que nos llevó hasta Puerto Suarez, mientras el sol comenzaba a calentar, donde recordé un fragmento de mi viaje por Bolivia. Ese lunes feriado que escuché por radio a Evo Morales. En el hostel donde vivía todos ignorábamos porqué lo era. Menos aún mi estómago sabía de feriados. Entonces, salí de compras sin saber ni que comprar, ni porqué era feriado. Así llegué al mercado. Un conjunto de comercios abría a pesar del día, y en ellos escuchaba las radios encendidas. Compré una cuartilla de papas, que es menos de doscientos gramos para tres kilos. Mientras me servían, se comenta que ayer había sido la Fiesta Regional de la papa, en San Andrés, provincia de Tarija; yo estuve presente. Pienso decirlo, pero no sé qué agregar. Solamente pedí media cuartilla de cebollas y seis bananas: todo eso me salió veintiún bolivianos, que es la moneda del Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías, de Bolivia; que se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país, según dice su constitución. Antes de pagar, mientras buscaba las monedas, pregunto el porqué del feriado. Una de las tres personas contesta: “Porque es la fundación del Estado Plurinacional”, doy las gracias por todo, pagó y me voy. Por un pasillo del mercado, pasé por delante de una radio y me paré a escuchar atento: —¿Lo conoce? —me dice la señora que atendía un puesto de verduras. —Sí, —contesto—, es el presidente Evo Morales. —Digo si lo conoce… si usted lo ha visto. Es un morenito chiquitito, pero ha hecho mucho por el pueblo. Aquí los comerciantes lo queremos mucho. No así a los refinados, los chapacos que es como le dicen a los que viven aquí. —Sí, sí, lo he visto por la televisión —respondo mirándola a los ojos. Ella me preguntó porque estaba en su país. Le conté lo que hacía y me dijo que era un vivo. También me invitó a que me venga pá su país. Sonreímos, y seguimos escuchando el discurso. II Sin demasiada sorpresa, el viaje en taxi fue suficiente para recordar esa experiencia, y para antes de las siete de la mañana ya estaba en las puertas de la frontera. La sorpresa llegó cuando al llegar vi una cola de gente de más de cien metros. Por un instante pensé ingenuamente que se debía a otra eventualidad, pero no. Tenía que pasar por el destino de esa misma gente que esperaba en grupos, solitariamente, en familia, en tren de vacaciones o de planes familiares: como era época de carnaval, contingentes enteros ya lo palpitaban; sombrillas; heladeras portátiles; risas y alegrías en pleno comienzo del día. Un clima que fue decreciendo con el correr del tiempo. Como el control aduanero del lado de Bolivia comenzaba a las ocho y treinta, tuve que esperar. Tiempo suficiente para entablar algunas amistades. Así fue como conocí a una mochilera chilena, con la cual teníamos la coincidencia de haber visitado Vallegrande y La Higuera. En principio, quedé sorprendido con el primer lugar donde fuimos: La lavandería del Che. Ese lugar que tantas veces vi en fotografías ahora estaba presente ante mis ojos, pero de otra manera. Es un sitio ubicado, justamente, detrás de un hospital. Allí se lavaban las prendas del mismo; allí exhibieron los cuerpos de los guerrilleros abatidos, entre ellos el de Ernesto Guevara. En aquel momento se me despertó una gran emoción y con ella brotaron mis lágrimas. Pareciera que veía al guerrillero heroico; solamente no era un simple recuerdo. Era la imagen del Che muerto, pero con los ojos abiertos como el que más, y su mueca en la sonrisa. Lo rodeaban mensajes y saludos de todo el mundo, y lenguas y en poesías. Fue allí donde me nació las ganas de recitar, como brisa del aire, el poema de Marta Zamarripa: “El comandante ha vuelto por sus huesos… todo el aire del aire por sus fosas … los pájaros del monte le tejen una túnica de cantos”, porque el Che es eso que dice la poeta: una chispa de eternidad. Consecuentemente para con el trato de un Revolucionario, las paredes de la lavandería del Che están valladas. El municipio, mediante turismo, se encargó de eso. Solamente se puede acceder pagando 40 bolivianos. También visité el mausoleo y al museo del Che, ambos recientemente elaborados. En el cuaderno de visitas dejé escrito el poema que antes solamente recordé a viva voz. Allí pude ver fotografías que desconocía -debe ser porque algunas de ellas fueron donaciones directas de Cuba-. Me apena recordar que la persona que nos ofició de “guía” no era competente, pues fue escasa su intervención, no más que para abrirnos las puertas de ambos lugares. Por todas partes hay imágenes del Che, más aún en La Higuera donde fue asesinado, lugar que queda a 60 kilómetros de Vallegrande. Entiendo que el Che ya es parte del folclore de esta parte de Bolivia. Entonces, pude enterarme de nueva información que se desprende de lo que generó el Che, o su persona, o su personalidad de actos e ideas. Puesto que no se habla de lo que reflexionaba él en ese momento: la idea de un ejército internacional revolucionario para superar las condiciones que genera el capitalismo en su etapa imperialista; su autocrítica respecto a las políticas de la URSS, en suma, sus posicionamientos en la praxis marxista en Latinoamérica. Algo de eso comentamos con la nueva amistad trasandina, mientras se hacia la hora de apertura del control migratorio. Como en el lado de Brasil hacía una hora menos, el movimiento humano comenzó antes de aquel lado de la frontera, lo cual nos traía esperanza de que todo funcionaba. III Era verano, y la humedad no le perdía pisada al calor, que ascendía con el correr del día. Finalmente, como la presión de la gente era más que la atmosférica, migraciones abrió quince minutos antes de los previsto. Lo que tampoco era previsto, fue la lluvia, que comenzó a asomar entre nubarrones que asustaban. Cuando cayó, nadie estaba preparado para mojarse, salvo la Cruz Roja, que vacunaba contra la fiebre amarilla, a un costado de la cola, antes de entrar a migraciones. La lluvia caía intermitente, y no alcanza a refrescar los cuerpos, pues el sol volvía a alumbrar con mas furia que antes. Yo, por suerte, tenía mi carnet amarillo que certificaba mi vacunación ante la fiebre del mismo color. De manera tal que ingresé al puesto migratorio, que era una lata de sardinas, pero con ventiladores testimoniales, y unas ventanas por donde en cualquier momento entrarían o saldrían las personas, según su suerte. Cuando miré el pasaporte con el sello de salida de Bolivia me dije: “listo, pasó el suplicio”, pero no, aún quedaba hacer el mismo trámite del lado de Brasil. Es decir, nuevamente hacer la larga cola, bajo los rayos del sol y la compañía de la lluvia. Para ese entonces, ya había olvidado me era mi cumpleaños. Solo lo recordé en dos momentos: Uno fue durante la cola para hacer el trámite migratorio con la Policía Federal de Brasil. Ya éramos vecinos en la cola. Entonces, ganamos en confianza. De manera tal que me saqué las ganas de preguntar para quien era el ramo de rosas que tenia uno en la cola: —Y esas, ¿para quién son? —Éstas —las mira, ya marchitándose, y responde—. Son para la madre de mi hija, que me espera del otro lado. —¡Ah!, que ternura —“Aprenda del chico”, dijo una señora a su marido, que estaba delante de nosotros en la cola. —Pero al ritmo que vamos, van a terminar de marchitarse —dijo el joven. —Bueno —dije— por lo menos alguien te espera. Sin embargo, yo, mira donde estoy festejando mi cumpleaños. —¿De veraz es tu cumpleaños? —preguntó el joven con el ramo de rosas en la mano, a lo que sumo la señora que reprochaba a su marido y la chilena que había arribado detrás de mí. En un acto se solidaridad humanitaria, la cola de migrantes comenzó a cantar el feliz cumpleaños, con palmas e, inclusive, regalos: una cerveza, un alfajor e incontables abrazos. Las repentinas gotas de lluvia pasaban sin control. En cambio, los humanos, esperábamos contando los minutos para que dos efectivos de la PFB nos sellen la entrada a su país. Hasta no falto quien, a falta de organización, quiso sacar provecho del desorden: un señor comenzó a hacer su negocio: juntaba los pasaportes y con un manojo de ellos, ingresaba a la oficina y hacia el trámite, claro que, por ese servicio en negro, él cobraba. Lo cual despertó el enojo generalizado. Allí comenzó el primer síntoma de autoorganización. Luego de eso, algunas señoras, comenzaron a controlar que nadie se adelante indebidamente en la cola. Luego, como el hambre y la sed apretaban, se generaron colectas de dinero destinadas a comprar agua y algo de comida. Ya era mas del mediodía, y los chicos se aburrían. Para entretenerlos, un grupo de artistas comenzó a hacer un espectáculo circense que mantuvo entretenidos a los niños. Al ver toda esa organización, pregunté a una señora si conocía el cuento “Autopista del Sur”, de Julio Cortázar. “No”, respondió, entonces no pudo entender a lo que me refería. Pasada las cuatro de la tarde, finalmente, pude entrar a las oficinas migratorias de Brasil, y, para mi sorpresa, la brasileña que atendía en la ventanilla mira mi pasaporte y me dice: “Feliz aniversário e bem vindo ao Brasil”, ese fue el otro, y así comenzaba mi historia en aquel país. 

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